La última resistencia a la fuerza de gravedad, el sitio predilecto de las cosas perdidas. El suelo es el lugar donde tarde o temprano todo encuentra su final. De cuando en cuando tiene alguna sorpresa para nosotros. Deja entrever en la superficie algún objeto, el que junto con la fuerza anteriormente mencionada nos lleva a encorvar la espalda, articular las rodillas, llegar a él, cogerlo, observarlo con satisfacción y guardarlo. Legítima o ilegítimamente, en la calle o en el micro, todo el mundo ha conseguido algo del suelo en forma gratuita. También es cierto que en distintos lugares, en distintas calles, en distintos suelos se ofrecen objetos con un valor monetario asignado. En ocasiones estos llevan a transformar de pronto al peatón en usuario, obligándolo a detenerse, a conseguir aquello, obviando el precio, por excesivo que sea, situándolo siempre muy por debajo del que su necesidad imperiosa determina.
Atractivo, sucio, habitable. Un escondite, un tope, un descanso eterno. El suelo es un lugar que demanda atención, que exige escudriñar, que fija en él la vista.
Un día cualquiera, en una calle cualquiera. Una gran aglomeración de gente hacía que aquello pareciera un accidente. Turistas gringos y orientales, compatriotas, ancianos y niños. Todos se amontonaban en torno a una sola persona que está allí de rodillas junto a algo en el suelo. Se levanta bruscamente y se vuelve a hincar sacudiendo ágilmente sus brazos en el aire. Con una lata en su mano izquierda y un cartón plegado en la otra generaba brevemente un conjunto, sugiriendo árboles y riachuelos que serpenteaban entre las rocas, mientras su lengua se dirigía a la audiencia con total autonomía.
Antes de que alguien pudiera liberar su respiración la obra ya estaba terminada. A un tiempo (casi telepático) y pasado el desconcierto, todos se miraron. La mitad del público se emancipa y la otra se agolpa para comprar.
¿Como catalogar esta confusa situación? ¿Acaso reminiscencias de la escritura automática? un individuo capaz de obrar con sus manos y a la vez crear un discurso disímil con su hemisferio cerebral restante, embelesándose y embelesando a la concurrencia con su magistral elocuencia ¿Qué era todo esto que se generaba de pronto? Un paisaje idílico, emplazado en un espacio físico-temporal, total y absolutamente ficticio, donde se conjugan una serie de personajes míticos, una constelación de astros perfectamente alineados con un gran destello en el eje central ¿Cómo hacer preguntas a un lugar que no existe? ¿Cómo esperar respuestas de una institución sin asidero? ¿Cómo erigir un discurso igualmente elocuente en torno al movimiento quizá menos dúctil que se haya concebido?
Y es que la calle da para todo, incluso para que coexistan en ella un sinnúmero de manifestaciones aparentemente no-teorizadas, donde se especula, se debate, se validan y se dan cabida a puntos diversos.
La calle nos da la ventaja de estudiar este proceso creativo in situ. Ciertamente es posible especular conceptualmente en torno a ella, pero antes es preciso realizar un análisis de los aspectos formales en conjunto:
a) La espontaneidad esta relegada a un segundo plano. Previo a la representación de un personaje o figura dentro de la lámina se efectúa un estudio para comprobar su factibilidad. Se buscan las herramientas idóneas para sugerirlo, se realizan pruebas de artista, y finalmente se lleva a cabo. Por ejemplo, los unicornios son posibles gracias a clichés hechos con radiografías y las estrellas a un objeto de cerdas duras con las que se salpica pintura blanca sobre un cielo oscuro.
b) La visualidad está fuertemente restringida por los medios de producción. Las soluciones técnicas se heredan, se transmiten entre los pares, explicando aquella estandarización en que los mismos personajes y objetos se repiten una y otra vez en obras de esta misma naturaleza.
c) Esta visualidad común, producto de medios técnicos reproductivos comunes, genera un lenguaje que a su vez los convierte en interlocutores. Forjan un movimiento sumamente estructurado y conservador, hermético dentro de su hibridaje, pues esta visualidad de atmósfera supraterrenal no permite la coexistencia con un cuerpo extraño. En este contexto de ficción, lo extraño sería un objeto cotidiano.
e) Cada productor aspira a crear una obra maestra, robusta e idealizada, conjugando los saberes que se encuentran a su disposición (la técnica y el imaginario heredado de sus pares).
Habiendo reflexionado en torno a los aspectos formales, estamos preparados para ir un paso más allá y establecer cruces con corrientes de pensamiento y con otros movimientos.
Un primer alcance puede hacerse a los escritos de Emmannuel Kant, que en su Crítica del juicio, define el gusto como la “facultad de juzgar un objeto con relación a la libre legalidad de la imaginación”1. En ella sugiere que estamos constantemente buscando asociaciones coincidentes, que satisfagan nuestro subconsciente aparentemente inconcluso “...lo que provoca nuestro placer no es lo bello, sino lo bueno (la perfección, en todo caso la meramente formal)...los críticos del gusto suelen mencionar como ejemplos más simples e indiscutibles de lo bello figuras geométricas regulares”2. El gusto, que a simple vista pudiera parecer un algo subjetivo y sin reglas aparentes, se presenta para Kant como una manifestación tácita de la razón. Todo lo que hemos aprendido y que subyace a nuestra atención está en armonía con aquello que tenemos en frente. Aquello que nos agrada es (momentáneamente) la pieza faltante de nuestro rompecabezas.
Continuando con nuestra tendencia de estudiar por separado, los aspectos tangibles, de aquel significado de su contenido, procederemos clasificando aquella carencia descrita por este filósofo de dos formas distintas: por un lado la de tipo material y por el otro, su contraparte de carácter inmaterial.
La obra de Reinaldo Villaseñor aparentemente pone de manifiesto aquella búsqueda producto de una necesidad inmaterial. La reproducción de motivos similares, como por ejemplo en las series Casas de Tongoy, Manicero, Organillero, entre otras, responde a la necesidad de aquellas figuras regulares anteriormente mencionadas. Por ejemplo las planicies costeras en desmedro de la enmarañada selva austral, o los personajes típicos que nos identifiquen como nación.
Por otra parte, quizá el factor material no sea tan relevante en su obra, como aparentemente lo es en la de Alfredo Lobos Aránguiz, pintor Chileno de la generación del 13. Grupo marcado por sucesos trágicos, la precariedad y la miseria. En él, los patrones recurrentes podrían ser la evidencia de una carencia tanto tangible como inmaterial. Carencia tangible: que apunta principalmente a la escasez de recursos materiales, lo que pudo llevar (en ciertas obras), a apelar al gusto popular, para poder vender cuadros, y por consiguiente producir más obra y poder sobrevivir. La evidente similitud entre trabajos como “Viejo solar del Alcalá de Guadaira” y “Paisaje de España”, más ciertos datos biográficos, -como que la miseria lo llevo a pintar al reverso de cajas de cigarrillos y otros soportes de bajo costo-, podrían servir para apoyar la hipótesis de que la pobreza lo haya llevado a repetir modelos aprendidos (en ciertas ocasiones), con el objeto de optimizar tiempo y recursos. Por otra parte, el factor inmaterial en su producción radica en el intento de evasión mediante la obra, la búsqueda constante del goce estético como única forma de escapar a la turbulenta realidad que se le presentaba.
En ambos aspectos (material e inmaterial), la obra de Lobos y Villaseñor se emparientan con la esencia misma de la manifestación callejera, al entender su quehacer, ya sea como la búsqueda incesante de constantes figurativas (unicornios, planetas y demases), como una forma de supervivencia a través de un trabajo remunerado, o como la poética vía de escape a un mundo alternativo, inaudito, en que cosas increíbles pueden suceder. La única instancia para vivir en un mundo ideal, la ecuación lógica de un sistema en que una cosa lleva a la otra: las condiciones adversas en el mundo real desencadenan la negación y el posterior intento de escape mediante la creación artística. Un velo de ciencia ficción, muchas veces descalificado recurriendo a parámetros inconmensurables, al rótulo de Kitsch por ejemplo, adjetivo universal acuñado en el seno de la burguesía, extrapolado al campo sociológico, utilizado con perversa displicencia para agrupar distintos gustos y costumbres populares, en esta ocasión una honesta y por tanto legítima forma de ganarse la vida retratando la cruda esencia de la realidad, una que necesita de un velo de fantasía para no provocar náuseas.
¿Que es lo más fácil o lo más simple? Escapar, aunque no sea posible literalmente.
Escapar de todo esto aturdiéndose por una tarde entera. No se puede alimentar a todas las bocas hambrientas del planeta, pero el neoprén hace mucho por aquello. No se puede ser como Rembrandt, pero sí se puede pintar en la calle.
El proceso creativo, la creación misma contribuye, en mayor o menor medida a crear un nexo entre las personas y sus tácitas ideas de insurrección. Si el mundo fuera perfecto nadie buscaría algo en que recrear, o mejor dicho, en que descansar su atención. Nadie tendría carencias de ningún tipo. Serían estériles los postulados de Kant.
Si el mar fuera cielo, y el cielo fuera mar, tendríamos mucho de que ocuparnos y el arte no tendría razón de ser, pues ¿para qué crear algo nuevo en un mundo en que todo es impredecible?, no tendríamos más que estar siempre atentos a lo que va a suceder, la atención de todos estaría en la materia y no en lo inmaterial. Nadie tendría carencias que satisfacer, solo curiosidad.
Crear algo nuevo en un mundo en que todo es nuevo, es lo mismo que intentar en nuestros días inhibir al arte de su manualidad. El arte callejero no debe ser visto como una práctica automática e irreflexiva, sino más bien como un colectivo que busca a tientas en la oscuridad. Son hombres que piensan la misma idea, al mismo tiempo, en un distinto lugar. No debe ser visto como un intento de serializar el arte en un mundo donde todo está estandarizado, sino más bien como la insistencia sobre un mismo tema: el mundo absoluto que se les ha negado siempre y se les sigue negando en la actualidad. La búsqueda de constantes que reflejan una carencia física e inmaterial.
[1] KANT, Emmanuel. Crítica del juicio. Editorial Losada. S.A. Buenos Aires. Pág. 84, primer párrafo.
[2] KANT, loc. cit..
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